Ya ha pasado un mes desde mi última entrada, y lo cierto es que han sucedido muchas cosas. Entre el viaje a París y el ordenador, que decidió decir hasta aquí he llegado, he tenido poco tiempo para escribir. Así que voy a intentar hacer un resumen de lo acaecido.
Lo primero que tenéis que saber es que suspendí el carné de conducir... pero por poco! Se permitían 3 fallos y yo hice 5. El 4 de setiembre vuelvo a subir, aunque se me han olvidado muchas de las cosas que sabía. Tendré que volver a empollar, para acordarme de todo!
Como ya he dicho antes, he hecho un viaje a París. Miguel (mi novio) y yo fuimos del 21 al 24 de julio, para ver el Tour de France y disfrutar un poco de la Ciudad de las Luces. Él ya ha contado muchas de sus anécdotas en su propio blog (
http://vilhold.blogspot.com), así que yo no me voy a repetir. Pero voy a daros mi versión del viaje, porque creo que puede ser interesante ver cómo el mismo viaje puede resultar tan diferente.
Viajamos con
Vueling desde Barcelona. Todo perfecto. Llegar al hotel fue fácil. Nos alojábamos en el
Central París, un sitio que os recomiendo encarecidamente si buscáis algo limpio, barato, de trato amable y bien comunicado. Está en el barrio de Montparnasse, justo al lado de la
gare (la estación).
Nuestra primera visita fue a
Notre Dame. La Catedral era tal y como yo la recordaba, 12 años atrás, pero con mucha más gente. Intentamos subir a las torres, pero nos dijeron que no era posible porque ya estaban cerradas (era por la tarde). Miguel se decepcionó un poco, porque le hacía mucha ilusión subir. Lo cierto es que necesitaba subir porque tiene vértigo, y para vencerlo siempre que vamos de viaje sube a los lugares más altos que puede (en Roma a la cúpula de San Pedro, en Florencia a la cúpula de Bruneleschi y en Venecia a las torres venecianas). Eso es algo que admiro mucho en él, aunque no sé si él se da cuenta de ello. No importó que no subiera ese día, porque lo haría tres días más tarde.
Como decía, la primera tarde fue una visita típica... o no. Hace años alguien me contó la diferencia entre un turista y un viajero, y yo decidí que quería ser viajera, así que cuando viajo, aunque haga el típico "turisteo", siempre intento encontrar otras motivaciones, y ese día encontré dos:
Shakespeare & Co y
Berthillon.
La primera es una librería increíble, llena y más llena de libros, que se encuentra justo al otro lado del Sena, "a coté" de Notre Dame. En la planta de abajo hay un increíble surtido de libros en inglés, y en la de arriba, subiendo por unas escaleras empinadas, hay un montón de libros... pero no para comprar! Sólo te puedes estirar en el diván que hay y coger alguno prestado para leer. Yo me hubiera quedado allí toda la tarde, pero obviamente no era plan, así que sencillamente liberé un libro (más adelante ya explicaré qué es eso).
Berthillon es, sin exagerar, la mejor heladería de París. Tras visitar Notre Dame, y con el intenso calor, nos apetecía un helado así que hacia allí nos dirigimos. Lo que pasó lo podéis leer en el
blog de Micke. Sólo os diré que valió la pena pagar dos veces el helado.
El segundo día empezó, como no podía ser de otra manera, con la
Torre Eiffel. Debo admitir que nunca pensé que tanta gente cabría en una torre, y aunque al principio me daba un poco de pereza hacer la "turistada", finalmente accedí porque a Miguel le hacía mucha ilusión, y no me arrepiento. Ver París desde lo alto de la Torre Eiffel es una gozada, y una sensación que no se puede explicar. Intenté imaginarme cómo sería cuándo se construyó, lo que Gustave Eiffel debió sufrir, la incomprensión, las críticas... y no pude. Sencillamente, es algo que se escapa a mi imaginación. Y a veces no entiendo cómo puede haber personas que, teniendo la oportunidad, pueden vivir sin haber sentido nunca nada parecido. La visita tuvo además un momento divertido, cuando en el bar nos sentamos para descansar y comer unos cruasáns del horno de debajo de mi casa, medio chafados y 24 horas en una bolsa, pero buenísimos! Lo que hace el hambre!
Después de la Torre Eiffel tocaba naturalmente el
Louvre, visita obligada donde las haya. Antes, sin embargo, me aguardaba uno de los momentos más esperados del viaje: encontrarme con mi amiga Marta que, casualidades de la vida, estaba pasando en París unos días, en las mismas fechas que nosotros. Por motivos de agenda, el encuentro se redujo a una única comida, en un restaurante increíble plagado de objetos relacionados con Cyrano de Bergerac. Me encantaría recordar el nombre del sitio para recomendároslo!
La visita al Louvre fue relámpago. A mí me encantan los museos, pero a Miguel ir de museos le cansa, así que le había prometido que en este viaje sólo iríamos al Louvre para que viera (y como todo el mundo se decepcionara con el tamaño de)
La Gioconda. También tuvimos tiempo de ver
La Victoria de Samotracia, algunas obras de
Delacroix y una pequeña sorpresa que no me esperaba: el
sarcófago de los esposos. Aunque Miguel se quedó especialmente prendado de una escultura de Cánovas,
Eros y Psyche. No sé por qué (:D).
Tras salir del Louvre, empezamos a andar, y aunque no era nuestra intención a Miguel se le ocurrió ir andando hasta el
Arco del Triunfo, que estaba "cerca". Un consejo, si váis a París ni se os ocurra hacer lo que hicimos nosotros. Los Campos Elíseos pueden parecer cortos, y las distancias cercanas... pero no! Les Champs Elysées son la Avenida más larga que he visto en mi vida, y recorrerlos de cabo a rabo no es una buena idea, sobre todo si llevas un buen rato andando entre obras de arte. Al final llegamos a nuestro destino tan agotados que ni siquiera Miguel quiso subir a la cima del Arco del Triunfo. Pero eso sí, conseguí darle "esquinazo" el tiempo suficiente para comprarle una camiseta del Tour de France, mientras él miraba discos en
Virgin Megastore, una de las tiendas de discos más grandes del mundo.
Y por la noche, sobrevino uno de los momentos más mágicos del viaje. Estábamos muertos, cansados y completamente rotos. Pero yo tenía muy claro un objetivo, un único objetivo que era una de mis principales motivaciones de este viaje: subir al Bateau Mouche costase lo que costase (y no me refiero sólo al coste económico, que al fin y al cabo no es demasiado). Quién ha estado en París, pero no ha visto París de noche desde un Bateau Moche (o Barco Mosca) es como si no hubiera estado allí. París de noche es increíble, pero visto desde el Sena, con la Torre Eiffel centelleando con miles de luces, es indescriptible. La sensación te deja "corprès i esmaperdut" (no hay traducción posible). ¿Pero sabéis que fue lo mejor de todo? Que a mí me gustó, pero a Miguel le encantó. Estaba cansado y de mala leche, pero el viaje en barco le insufló una energía y un buen humor... y eso me hizo más feliz que 10.000 viajes en Bateau Moche. Porque en ese momento el viaje corría el peligro de naufragar... y el Bateau Moche lo salvó.
El domingo nos despertamos con el gusanillo en el estómago (bueno Miguel, yo estaba muy tranquila). Era la fecha señalada para la llegada del
Tour a Les Champs Elysées... el motivo de nuestro viaje. Pero aquí debo darle otra vez las gracias a Miguel, porque en lugar de pasarnos todo el día esperando el Tour, fue lo suficientemente generoso para perder buena parte de la mañana en uno de los lugares que a mí me hacía ilusión ir: el
cementerio de Père Lachaisse.
Algunos consideran que eso de visitar cementerios es macabro, aunque un compañero de trabajo me había informado que este tipo de turismo cada vez está más en boga, y que incluso tiene un nombre: Dark Tourism (visitas a cementerios, campos de concentración, etc). No niego que tiene su parte un poco tétrica, pero mi objetivo al visitar este cementerio era muy claro: rendir homenaje a uno de mis escritores preferidos: Oscar Wilde. Y efectivamente así lo hice. No dejé la marca de mis labios pintados en su tumba como hace mucha gente (lo siento pero me parecía un poco anti higiénico) , pero sí
liberé un libro en su tumba, del que por desgracia no he vuelto a saber nada. Por cierto, si váis hasta allí una curiosidad: la tumba de Wilde simboliza un ángel desnudo al que se le han amputado los genitales, no porque los ángeles no tengan sexo, sino porque los puritanos de la época consideraron demasiado escandalosa la escultura.
A parte de Wilde visitamos la tumba de Edith Piaf, Marcel Proust... la verdad es que la visita habría podido estar muy bien sino fuera porque nos perdimos de vista y Miguel y yo estuvimos media buscándonos uno al otro, y luego cuando nos reencontramos discutimos...
Y tras Père Lachaisse... ¡el Tour! Por cierto, he olvidado comentar que le di la
camiseta del Tour a Miguel y ese día naturalmente se la puso... ¡pues no era el único ni mucho menos! Al llegar a los Campos Elíseos me vi envuelta enmedio de una marea amarilla... creo que nunca he tenido complejo de canario hasta ese momento.
Hombre, ver, lo que se dice ver el Tour... pues la verdad vimos poco. Había un montón de gente y era bastante difícil encontrar un hueco... nos acercamos lo más que pudimos a la meta, y desde allí vimos la retransmisión de la carrera en una pantalla gigante, mientras coréabamos a los ciclistas cada vez que, gracias a los aplausos y silbidos de los de primera fila, intuíamos que pasaban por nuestro lado.
Pero seamos justos. Asistir a un acontecimiento como el Tour, cuando una es absolutamente negada en ciclismo, tiene su no sé qué. Miguel, el pobre, me iba explicando todo lo que pasaba, pero aunque él estaba muy emocionado, yo seguía sin entender ni jota (aunque valió la pena el viaje sólo por ver su cara de felicidad y concentración en ese momento). Si queréis saber algunas de las "trastadas" que hice durante el Tour, podéis consultar el
blog de Miguel. Sólo un consejo. Nunca se os ocurra decir que alguien es tonto por perder una carrera por un minuto... yo aprendí que un minuto es mucho en ciclismo, después de que los amigos del segundo clasificado, el español Óscar Pereiro, alias "kaska", estuvieran a punto de apalearme por un desafortunado comentario (es broma, la verdad es que eran unos chicos muy majos).
Y tras la entrega de maillots, ramos de flores y medallas (¡ay!, quién le hubiera dicho entonces a Floyd Landis que días después lo acusarían de dopaje), escapamos como pudimos del resto de mortales que, ¡oh! habían tenido la misma idea que nosotros: coger el
metro.
Con dos manos de cartón gigantes nos dirijimos hacia la famosa Basílica del
Sacre Coeur en la cima de Montmartre. Tras coger el funicular, nos encaramamos a lo alto del monte, para admirar la magnífica vista de París y las vidrieras de la Basílica. ¡Qué bonito! Y por supuesto, nos acercamos hasta la famosa
Place du Tertre, donde numerosos pintores realizan dibujos y caricaturas de los turistas que lo solicitan.
A mí me hacía mucha ilusión cenar allí, y pese a los precios, un tanto elevados, decidimos entrar en uno de los restaurantes y tomar la cena. ¡Qué error! (al menos para mí). La sopa de cebolla estaba aguada y los tallarines fríos. Creo que habría sido mejor cenar en otro sitio... Y tras Montmartre nos dirijimos al hotel, no sin antes pasar por el famoso
Moulin Rouge para echarle un vistazo. Desengañaos. No es ni mucho menos como en la película, y no os encontraréis a Nicole Kidman en la puerta.
Y llegamos a nuestro último día en La Ciudad de las Luces. Durante la mañana Miguel y yo decidimos separarnos. Él se fue a Notre Dame, a conquistar la cumbre y visitar la morada de Quasimodo, mientras que yo preferí acercarme al barrio de
Le Marais, para visitar la
Maison de Victor Hugo. Desgraciadamente la Maison estaba cerrada (cierra los lunes) y me quedé con las ganas, pero a cambio pasée y descubrí uno de los barrios más bellos de París... ¡y con más tiendas! Mi paseo acabó invariablemente en una pequeña pero preciosa perfumería,
L'Artisan Parfumeur, donde no pude resistirme a un capricho: un perfume carísimo pero exquisito.
Y tras mi soliloquio me dirigí al punto de encuentro que había concertado con Miguel. El caso es que trabajo en una institución pública (permitiréis que me reserve el nombre, aunque los que bien me conocéis ya sabéis cuál), que tiene sede en París. Los compañeros de París me habían animado a que fuera a visitarlos, y el director nos había invitado a comer. Y debo decir que lo que en principio era una cita de cortesía profesional, se convirtió en uno de los momentos más agradables del viaje. Los compañeros nos trataron increíblemente bien, y el director de la oficina nos agasajó con una magnífica comida, no tanto por la comida en sí (que lo era) como por la compañía. Fue una charla muy interesante, y no exagero si digo que aprendí muchísimas cosas durante esas escasas dos horas que estuvimos juntos. Y desde aquí, si me leéis, sólo quiero agradeceros el trato y la amabilidad dispensadas. Tanto Miguel como yo guardaremos siempre el grato recuerdo de esa visita.
Y con ese buen sabor de boca, pusimos punto y final a un magnífico viaje. La vuelta transcurrió sin incidentes, y aunque físicamente agotados, el viaje a París resultó muy estimulante. Y si me preguntáis que es lo que más me gustó, os diré que la camiseta que Miguel me regaló el último día, porque aunque yo no necesitaba ningún regalo, fue un bonito detalle, y cuando la mire, siempre me acordaré de lo bien que nos lo pasamos, y de lo hermosa que es París.